Extraño sentimiento el miedo. Aún más incluso que el amor. Leí una vez en un libro de Leonardo Da Vinci que "Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo". Cuánta razón tenía. El que no tiene, no extraña. El que no ama, no teme la pérdida. Lucas ahora ama y por eso tiene miedo. Pero no siempre fue así. Existió una vez un madero zumbao con el corazón de piedra e incapaz de amar. Y encontró su salvación. Se llamaba Sara y tenía sólo 16 años.
Con ella la piedra se convirtió en polvo y todo a su alrededor se llenó de luz. "¿Sabes lo que más me gusta de ti? Que cuando estoy realmente jodido apareces con esa sonrisa..." y consigues que mi corazón vuelva a latir. Tú me haces sentir vivo. ¿Y qué es la vida sino sentir, temer, extrañar, ilusionar? Lucas lo sabe mejor que nadie: él volvió a nacer cuando se enamoró de Sara. Para ella, en cambio, fue más fácil. Nació enamorada de Lucas, de su tito. Creció a su lado, admirándole desde la cuna, ofreciéndole su ternura infantil, haciéndole "ojitos" a los doce años, y dedicándole sonrisas capaces de derretir al más duro de los hombres. La niña se hizo mayor, quizá más rápido de lo que muchos esperaban, y se convirtió en un calor intenso, puro, irresistible, capaz de fundir el más grande de los icebergs.
Fue entonces cuando descubrimos al verdadero Lucas. El de los guiños desde el balcón, el de "estás más loca...", el de "te quiero" a la 1, "te quiero" a las 12; aquel que quería a Sara las 24 horas del día. Ese era el nuevo Lucas que comenzaba a tenerlo todo. Sonrisas, caricias, besos, bolas del mundo y viajes a Madagascar. Pero también comenzaba a surgir el miedo. El pavor de perder a la persona que le había dado la vida. El terror de volver a convertirse en aquel hombre gris, sin escrúpulos, que no conocía el verdadero sentido del amor. O algo peor. El temor de seguir viviendo como un muerto viviente por haber conocido el amor y haberlo perdido.
Fue cosa del destino, de la historia o de la mala suerte pero nuestro querido Lucas volvió a las profundidades del abismo, al corazón helado y a la ausencia de miedo. Perdió a Sara, y dejó de vivir. De respirar. Su vida se había extinguido para siempre. No había nada que amar... entonces no había nada que perder. Es cierto que seguía teniendo a Paco, Lola y Mariano, pero era una familia "impuesta", una amistad otorgada por los años que ni él mismo había buscado. Él ya no tenía a nadie a quien proteger, ni a quien amar "de verdad". Lucas estaba solo.
Pero apareció el "milagro" llamado Carlota y Lucas sintió por primera vez en mucho tiempo que no todo estaba perdido que aunque no pudiera entregarle su corazón a la mujer que él amaba, al menos, podría cuidar de la única familia que le quedaba. Ella fue su salvación, su faro en la tormenta. Carlota salvó a Lucas, no Sara. El amor es así de injusto. Llega y te deja cuando menos te lo esperas, aunque no sea de corazón, y te tienes que agarrar a un clavo ardiendo. Ese clavo era Carlota.
Lucas volvió a ser feliz, pero a medias. Sonreía amargamente e intentaba dejar que Sara estuviera con Aitor, les miraba en la distancia, simulaba estar contento por ellos, admitía que el amor tan grande que se tenían había "muerto del todo". Y lo hacía gracias a Carlota y a esa estrella de sheriff que guardaba en su cajita de recuerdos. Lucas volvía a amar, aunque de una forma fraternal, lo hacía, y por ello el miedo volvió a resurgir en lo más profundo de su ser. Temor de perder a Carlota y con ella a sí mismo.
Para Lucas esto no era suficiente. Abrazado a su hermana en el sofá intentaba por todos los medios no pensar en Sara y en todos los errores que había cometido. Madagascar había muerto, y con esa playa toda la esperanza de recuperarla. Lo veía en su mirada cuando se cruzaba con ella en la corrala, lo percibía en su voz las pocas veces que le hablaba...
Su corazón de hielo añoraba el calor de Sara y prefería mil veces padecer el eterno temor a perderla que la valentía que le otorgaba el no volver a sentirla entre sus brazos nunca más. Pero su niña ya no era la misma. Ahora era su corazón el que estaba paralizado por el sufrimiento. Ahora era ella la que no tenía miedo a nada ni a nadie. No quería amar, ni sufrir. Sara no quería sentir miedo.
A veces las contradicciones son más reveladoras que las verdades: la muerte salvó a Lucas cuando su vida era una condena. "Anoche soñé contigo". Y gracias a los sueños, capaces de secar océanos y calmar tempestades, volvió la esperanza. Confesiones en el barro, bombas atómicas, "contigo me siento bueno, me siento mejor persona" y las manos al pan. Se derritió la Antártica, el polo norte, el sur y hasta mi congelador. Ya no tenía sentido seguir nadando contracorriente. No en esta vida.
Por fin, Sara se quitó esa máscara que tan mal le sentaba y volvió a ser nuestra niña de siempre. Volvió la luz y la vida. Volvió la lluvia y mientras nos pillaba el chaparrón, Lucas sentía por primera vez lo que era la felicidad absoluta. Lo tenía todo, ¿qué pasaba si lo perdía?
Lo vimos en "Miranda al Natural". Un Lucas paralizado, acojonado, débil. Un Lucas que ama con todo su ser. Un Lucas más humano que nunca. Un Lucas muerto de miedo. Y lo vimos en las escenas con Sara, porque sólo con ella se muestra tal y como es. Sólo con su media naranja es con quien deja caer todas sus defensas, todo su ejército y sus corazas de tipo duro.
Ella es su debilidad y su fuerza. Ella es quien le arranca las lágrimas con sólo mirarle. Ella es quien logra que todo su cuerpo desfallezca con el simple roce de su piel. Ella es el centro de todos sus miedos y el centro de toda su fuerza. Son contradicciones sí, pero también grandes verdades.
Corre, el miedo no podrá cogerte. Nada nos puede salir mal. Si tu saltas, yo salto. ¿Qué temor puede con eso? Ninguno. Y Sara lo sabe. Ella es la chica más fuerte del mundo, la más valiente, la más osada. Y lo es por él, por el hombre que ama.
Porque no puede ver como se hunde por el terror. Porque mil veces la ha salvado de los malos sin temblarle el pulso, porque por una vez que se siente débil no lo puede dejar solo. "Si a ti te disparan yo sangro".
Y hay más. Todo va a salir bien, ya lo verás. Si ellos van a por todas nosotros también. Lucas lo sabe. Con Sara a su lado, todo es posible y se lo demostró sin dejar de mirarla a los ojos mientras se quitaba la ropa.
Le mostró su alma desnuda, como nunca antes lo había hecho. Le dijo, sin palabras, "mírame Sara, no soy un héroe, pero contigo a mi lado ya no tengo nada que temer".
...
"El miedo es como la familia que todo el mundo tiene una pero, aunque se parezcan, los miedos son tan personales y tan diferentes como pueden serlo todas las familias del mundo. Hay miedos tan simples como desnudarse ante un extraño, miedos con los que uno aprende a ir conviviendo; hay miedos hechos de inseguridades, miedo a quedarnos atrás, miedo a no ser lo que soñamos, a no dar la talla, miedo a que nadie entienda lo que queremos ser. Hay miedos que nos va dejando la conciencia; el miedo a ser culpables de lo que les pasa a los demás. Y también el miedo a lo que no queremos sentir, a lo que no queremos mirar, a lo desconocido... como el miedo a la muerte, a que alguien a quien queremos desaparezca.
Hoy he escuchado a un tal Ponset en la tele, un señor encantador, que decía que la felicidad es la ausencia del miedo. Y entonces me he dado cuenta de que últimamente, yo ya no tengo miedo.
Librarse del miedo es como quitarse la ropa delante de alguien. A veces cuesta, pero cuando empiezas lo único que tienes que hacer es seguir, sin dudar, y de repente te das cuenta de que el miedo ya no te pertenece, ha desaparecido; como esa ropa que un día, dejas de usar."