Una vez os hablé de lo maravilloso que es el destino. De cómo naces, creces, te desarrollas, conoces a cientos y cientos de personas con las que te relacionas a lo largo de tu vida... y un día cualquiera, de esos en los que te miras al espejo y lo único que deseas es no ir a trabajar sino quedarte en la cama para seguir soñando...un día de esos, todo cambia. Es el día en el que dejas de vivir la vida que llevabas. Te olvidas de lo que eras antes y te das cuenta de que ya no estarás solo. Nunca más.
Porque no sólo te ves a ti mismo reflejado en sus ojos, sino que además te gusta lo que ves en ellos y, sobre todo, quien se esconde detrás de esa mirada. Ese día te enamoras, así, sin más. Y sabes que nada volverá a ser igual, que tu mitad le pertenece a otra persona y que sin su presencia apenas puedes respirar. Así es el amor de verdad, el que te atrapa, el que se te agarra en lo más profundo de tu ser. Ese es amor que muchos hemos sentido y que vemos reflejado en los ojos de Lucas y Sara. Es lo que unos sueñan, los que algunos perdieron y otros disfrutan. Es la razón de la vida o, al menos, de la mía.
Cuando veo a Lucas y a Sara me veo a mí. Me encuentro en sus sonrisas, en sus juegos, en sus palabras, en su mirada... En ellos capto todo lo que me ha hecho feliz a lo largo de los últimos años de mi vida, lo que me da ánimos para despertarme cada mañana pero también hace que no me apetezca levantarme de la cama... Por eso les quiero tanto y nunca, jamás me canso de verles y emocionarme con los momentos que viven juntos. Para mí, ellos son mi “casa”.
-¿Sabes? Ya se por qué te quiero... Te quiero porque eres casa, da igual lo que pase ahí fuera, porque juntos, somos casa, y todo está en paz. Vienes aquí, y te duermes en mis brazos, y yo me quedo toda la noche mirándote, porque es lo más bonito que puedo hacer. Tú eres mi casa y yo, soy tu casa. Te quiero
-¿Sabes? Yo también se por qué te quiero... Porque haces las cosas fáciles. Porque si tuviera que elegir un sitio para vivir... sería tu cuarto. Porque debajo de tu cama el mundo es tan pequeño, que parece que no puede pasar nada más. Y a mí no me hace falta que pase nada más, si estoy contigo... Te quiero.
¿Alguna vez os habéis sentido así? Como ellos, como si nada en todo el mundo pudiera entrar en su pequeña burbuja. Porque estás ahí, en esa habitación, bajo las sábanas, abrazando a la persona que más quieres y olvidando todo lo que te rodea. Y te quedas despierto, en vela, observándolo mientras duerme. Miras sus párpados, sus pestañas, su boca... cómo sus labios entreabiertos expulsan un aliento cálido que hace unas horas sentiste en tu cuello, en cada centímetro de tu piel... Y piensas que aunque cayera una bomba atómica te daría igual, porque sabes que entre sus brazos no puede pasarte nada malo, y si pasa, no importa, porque estás con él... “si tu saltas, yo salto, si tu te quemas, yo ardo”.
“Porque no hay nada más bonito que pueda hacer” que mirarle mientras está a tu lado. En tu rincón favorito. Entre el calor de tus sábanas y tus brazos. Y suspiras hondo porque desearías que nada más existiera en este mundo. Que no hubiera horas, ni minutos, ni segundos. Que no existiera el hambre o la sed. Que no hubiera ni noche ni día. Porque lo único que deseas en esta vida es yacer con él, en tu cama, en aquel lugar donde sólo sois tú y él. El principio y el fin.
Pero despierta. Él se mueve y se pega a ti, aún más, y sientes el calor de su cuerpo sobre tu piel, y aspiras su aroma con tanta intensidad que te obligas a cerrar los ojos para hacerlo aún más tuyo. Y te mira. “Todas las mañanas, cuando me despierto, imagino esto...” Pero es real. El está ahí, junto a ti y crees que nada más importa.
Si antes ya amaba a Lucas y a Sara, ahora los quiero más, mucho más, y sabéis por qué... Porque les entiendo. No me hace falta tener un Arrieta que me rocíe con gasolina y me espose a la barra del bar, ni tampoco comer huevos churruscaítos por la mañana. Eso no es lo que vale en el amor. No para ellos. No para mí. Lo que vale es que te estrechen entre sus brazos, fuerte, que no te dejen escapar, y que apoyen su cabeza contra la tuya... y que tú cierres los ojos y te dejes llevar por su voz, por su olor, por su tacto. Y sepas, de nuevo, que él estará ahí para siempre. Lo que vale es que sólo con mirarte a los ojos sepa lo que estás pensando y que pronuncie tu nombre en un susurro, para decirte que eres lo mejor que le ha pasado en la vida. Mejor que nacer, que hablar, que sacarte la carrera, que conocer a tu mejor amigo, que conseguir el contrato de tu vida... Eso es encontrar el amor. Aquel momento en el que todo se detiene, y dejas de ser tú para ser parte de algo. Dejas de mirar el mundo en una dirección para verlo también en los ojos del que amas.
Por eso, para mí, se acabó llorar por los recuerdos de bolas del mundo, besos robados en la corrala o cosas de pareja en Los Cachis. Es así. Hemos pasado página y lo que hemos encontrado en el siguiente capítulo es mucho mejor, infinitamente mejor. Y me siento orgullosa, vaya si lo estoy, me enorgullece que esta pareja se haya convertido en lo que es hoy: la perfecta imagen del amor de verdad. Ya lo dije, da igual Salazar, Don Lorenzo o los porros de Mariano. ¡Todo lo demás da lo mismo! Nos basta entrar en ese cuarto para entender qué es lo que mueve el mundo. Qué es lo que mueve nuestros corazones desde hace años... Son ellos, nada más, Lucas y Sara.