Hace más de un mes que no pasaba por aquí, que no escribía, que no daba señales de vida. Días alejadas de este mundo en los que había relegado mi escritura a algunas libretas vacías que acumulaba desde hace meses en los cajones de mi escritorio. Hojas de papel ahora llenas mil historias que llevaba tiempo compartiendo con los demás pero que no compartía conmigo misma. Palabras sobre mi vida, sobre mis deseos y mis esperanzas. Palabras que ahora cobran sentido para mí. Por eso, os ruego que entendáis esta ausencia sin un "lo siento, porque yo, mi cabeza y mi corazón, necesitábamos una pausa tras unos de los meses más duros de mi vida.
Y lo conseguí. Me perdí en una pequeña isla de Malasia durante 10 días. Un lugar salvaje con aguas de azul turquesa y un silencio ensordecedor. Y una playa. Nuestra "playa perdida", donde enterré cientos de veces mis pies en arena calentita e imaginé otras mil veces a Lucas y Sara a mi lado, tumbados en la arena mientras el sol les tostaba la piel. 10 días y 10 noches sin pensar, sin teléfono, sin internet, sin humo ni coches. Horas de sensaciones y paz, mucha paz, que me devolvieron todo aquello que creí haber perdido en el camino.
Así que ahora, más de una semana después de mi llegada al mundo real he conseguido despertar del sueño. Los ojos se han abierto de par en par esta mañana, "es jueves". Me he levantado de la cama más temprano que nunca y aún con legañas en los ojos me he plantado frente al ordenador para disfrutar del esperado regreso de aquello que tanta felicidad me ha dado durante años. "Mis Pacos, mi Lucas y Sara". Nervios en el estómago mientras abro el correo: 11 emails en la bandeja de entrada, el último de Nur. Las ansias pueden conmigo y es su mensaje el único que abro. Sonrío: me doy cuenta que una vez más me salva la vida. La censura china no ha podido conmigo esta vez y me las he ingeniado para poder ver el dailymotion, benditas nuevas tecnologías! Abro aún más los ojos y me dispongo a contemplar una resurrección ansiada por todos.
Pasan los minutos y comienzo a hartarme de tantas idas y venidas. Funeral, comisaría, funeral, comisaría, funeral, comisaría. ¿Dónde coño está Lucas? Me armo de paciencia y me quedo embobada mirando a Sara, sus ojos, como el viento mece su melena mientras las tumbas blancas la rodean, observándola. Lloro con ella por aquella vida incompleta, por todo lo que ella cree que no hará con el amor de su vida, por aquella melodía que nunca tocará para él y esas noches solitarias que le esperan aferrada a la almohada observando un hueco vacío antes tan lleno de amor y felicidad. Pero me sorprende su entereza, su fuerza. No rompe en lágrimas, no deja escapar un suspiro ni tan siquiera cuando su madre la encuentra sentada en una lápida. Esa es la Sara que nuestro Lucas ama con todas sus fuerzas.
No reparo en Povedilla, ni en Aitor, ni en Curtis.... ni siquiera en las lágrimas de Silvia. Sólo el momento entre el exbecario y la pelirroja en el laboratorio me emociona y me doy cuenta de que ellos, junto a Sara, son dos de las personas que más lamentan la "pérdida" de Lucas. Me dan igual las barbacoas y que Don Lorenzo se caiga en la tumba. Me da lo mismo. Pasan los minutos y entonces ocurre, como siempre, los Pacos consiguen poner mi mundo del revés:
PACO: "Sara, quiero que me escuches bien, tienes que saber que todo lo que hecho en mi vida lo he hecho pensando que era lo mejor para tí"
SARA: ¿Sabes lo que era lo mejor para mí? Escuchar a Lucas reirse por las mañanas, que me pellizcase la mejilla con la barba de tres días, el sabor de cada uno de sus besos...
Paco abre la puerta del coche y todo se detiene. Sara se queda paralizada ante la visión. Le tiemblan las piernas, la barbilla, las manos... no quiere pestañear por el temor de que se trate de una ilusión a pesar de que las lágrimas comienzan a llenar sus ojos. Lucas, es Lucas. Está ahí plantado, con sus gafas de sol y ese gesto inerte de no saber qué hacer ni que decir. No quiere sonreír pero tampoco quiere llorar. Ambos se miran con intensidad durante segundos que parecen horas. Lucas se quita las gafas y entonces lo vemos: culpabilidad, miedo, pena. "Siento haberte hecho esto mi amor, lo siento mucho...", piensa. Pero no puede moverse, es incapaz. Paco reacciona y la mete en el coche. Ella, como un cuerpo que se aferra a cada gota de oxígeno que lo mantiene con vida se agarra a él, con fuerza, sacando toda la rabia y el terror que llevaba acumulado desde que su padre le dio la triste noticia.
Se derrumba y le abraza, golpeándole con fuerza mientras deja escapar un llanto ahogado, desesperado. Aún tengo ese llanto en mi cabeza ahora mientras os escribo estas palabras... aún recuerdo la sensación... dios mío, estos dos amantes lo han vuelto a hacer, han parado mi corazón durante un instante para después dejarlo latir con más fuerza. Mi vida se ha detenido y he visto un momento que no olvidaré jamás... yo pegada al ordenador, secándome una y otra vez las lágrimas que casi me impedían ver... el nudo en el estómago... la ansiedad. Y me he vuelto a dar cuenta de algo: nada los supera, NADA ni NADIE. Estos dos dioses tienen una magia que traspasa todas las barreras y todos los corazones.
Esa desesperación... esa ansia de volver a sentir el picor de la barba de tres días y el olor de su cuello, de su pelo, de su boca. Sara no puede dejar de mirarle, de tocarle... Imaginadlo. Nuestra niña creía que la última imagen que se llevaba del amor de su vida era la tierra cayendo sobre su tumba y ahora se da cuenta de que no, que eso sólo fue una ilusión. Porque esto es sólo el principio y lo mejor aún está por llegar.