Amores imposibles

Me encantan las novelas, leer, engullir historias ficticias capaces de trasladarme a mundos paralelos al mio. En 1994, Gabriel García Marquez publicó "Del Amor y Otros Demonios", mi libro predilecto. No llegaría a mis manos dos años más tarde, yo tenía 16, cuando recaí en él tras disfrutar de "Cien Años de Soledad". Hoy, pensando a solas en mi casa -tengo el día libre- he meditado sobre las similitudes de esta historia con la de Lucas y Sara. Es cierto que las épocas, las tramas y los personajes no son los mismos pero he de admitir que ambas historias me cautivaron de igual manera. El libro he intentado en vano convertirlo en guión de cine. No por falta de ganas sino por cobardía. Es un libro perfecto y temo que mi adaptación no esté a la altura. Quizá algún día logre armarme de valor pero hoy, es imposible.

Esta es la sinopsis del libro "Del Amor y Otros Demonios". Es una joya y muy cortito por si os animáis a leerlo. En un día lo devoráis.

La obra se remonta al periodo colonial vivido en Latinoamérica, narrando la historia de una pequeña niña llamada Sierva María, hija del marqués de Casalduero, quien después de ser mordida por un perro rabioso, se ve involucrada en un conflicto con la iglesia por una supuesta posesión demoniaca. Sumado a esto, se cuenta además la relación amorosa que tiene la niña, de tan sólo 12 años, con un sacerdote bastante mayor (Cayetano Delaura) el cual se enamora locamente de la adolescente. Un amor que terminará siendo fatal para ambos.

No quiero contaros nada más porque os desvelaría lo mejor pero, lucassareros, es un libro precioso que me encoge el corazón cada vez que lo leo. Que habrán sido unas 7 veces y no exagero! Hay tanta pasión, tanto amor retenido en las palabras de García Marquez... Está la inocencia de ella, su crueldad ante Cayetano, su inexperiencia ante la vida. Y él, un pobre hombre loco por una niña de 12 años encerrada en una cárcel, tomada por loca, por poseída. Una niña con la que sueña cada noche pero con la que no podrá estar jamás. Su amor se engendrará en su celda, donde acude cada noche tras escalar la peligrosa pared de la cárcel.

Cantó en yoruba, en congo y en mandinga, y aún los que no entendían la escucharon absortos. … Sierva Maria cantaba sentada en un banquillo, con la cabellera extendida por los suelos, en medio de la servidumbre hechizada. Tan pronto como vió a la abadesa dejó de cantar.

No me preguntéis por qué, ni cómo pero veo tantas similitudes en ambas historias. Os animo a que lo leáis con el corazón abierto porque no os va a defraudar. Lo prometo.